No todas las historias de miedo nacen en el interior del país. En la capital paraguaya, los relatos de terror permanecen con el paso de los años. ¿Cuáles son los más conocidos?
Por: Micaela Cattáneo
El fantasma de la chaqueta
Así titularon a una de las leyendas urbanas más conocidas en Asunción. La historia cuenta que una noche de intensa lluvia, un taxista que circulaba por la zona del cementerio de La Recoleta, subió a su vehículo a una hermosa joven que había solicitado el servicio. La pasajera pidió al taxista que la acercara hasta su casa, la cual estaba a unos ocho kilómetros de donde la había alzado.
A pocos metros de la dirección indicada, el conductor se vio obligado a decirle a la mujer que no iba a poder dejarla frente a la casa, ya que el camino que continuaba era angosto para su vehículo, un callejón más. De todas formas, el taxista le ofreció una campera para que la joven no se mojara. Ella le agradeció y le pidió que busque el abrigo al día siguiente.
Según se cuenta, el taxista volvió a la mañana siguiente al lugar, tocó timbre y preguntó por la joven. La madre, quien acudió a la puerta, quedó sorprendida por la pregunta y le contó que su hija había muerto tres años atrás, en un asalto. El taxista no creyó nada de lo que decía la señora, por lo que tuvieron que ir hasta el panteón donde estaba enterrada la mujer. Al llegar al lugar, la campera del taxista estaba encima de la tumba.
Lo curioso es que, hasta hoy, no se ha hablado del nombre de la joven. Pero si uno va hasta la parada de taxi que está frente a la cárcel de mujeres El Buen Pastor, es común escuchar esta historia en boca de los taxistas más antiguos (al menos de los que siguen trabajando, porque muchos están jubilados).
De todas formas, aunque este relato es el más clásico -se llevó al formato audiovisual para la tevé en dos oportunidades-, no es el único. Los taxistas actuales cuentan que una vez, un colega de la parada que trabajaba en horario nocturno, dormía en su móvil a la espera de pasajeros. De repente sintió una sacudida fuerte al vehículo. Despertó y no había nadie. Por supuesto, nunca más volvió a prestar servicios de noche.
La mansión embrujadarestos de la joven yacen en el cementerio de la recoleta en Asunción,
Aunque suene un poco yankee, esta historia es una de las que, actualmente, tiene más popularidad, sobre todo, en los más jóvenes. De hecho, en el 2012, una conocida discoteca realizó una fiesta de Halloween en la casa -ambientándola acorde a la fecha-, y las miles de personas presentes esa noche confirman cuán instalado está el relato en la cultura urbana.
Se cuenta que la mansión Terranova, ubicada en Zárate Isla (Luque), perteneció al dictador Alfredo Stroessner y que, supuestamente, en el sótano de la casa se hacían torturas en la época de la dictadura. No hay investigaciones ni publicaciones que certifiquen este dato, por lo que forma parte de una leyenda que, últimamente, ha tenido mucha fuerza.
Lo que sí se puede comprobar es que el predio, hacia finales de los 90, fue un colegio al cual asistían personas de mucho dinero. Un año después de su apertura, el colegio cerró porque -según cuenta el cuidador- tenía sólo 90 alumnos y necesitaba completar 500 para seguir funcionando. Si uno rodea el predio, se puede ver escrito “Campus Terranova” sobre un sector del jardín; ya que tiene alrededor de 15.000 hectáreas.
Es común que grupos de amigos vayan con la intención de entrar al predio; ya que los que la han visitado cuentan que se escuchan ruidos extraños y se sienten presencias raras en el recorrido por la mansión. Sí, es una casa abandonada pero también es propiedad privada, por lo que no es posible ingresar sin un previo permiso.
Otra de las versiones populares entorno a la mansión es que los guardias de turno no logran aguantar ni una semana cuidando la mansión pero, en realidad, el encargado general -con más de 35 años en el lugar- asegura que los cuidadores de momento reciben dinero de los visitantes a cambio de un recorrido por la casa, por eso es que, a los pocos días se los descubre y, por ende, los despiden. Por su parte, él asegura que nunca pasó nada en el predio, que sólo es una leyenda urbana creada para una fiesta de Halloween.
Sea cierto o no, el relato sigue más vivo que nunca.
Las almas protectoras de tesoros
Este relato está relacionado a lo que comúnmente se conoce como Plata Yvyguy (tesoro escondido, en guaraní). Se dice que, durante la Guerra de la Triple Alianza, las tropas paraguayas enterraron objetos de valor bajo la tierra para evitar el saqueo de las tropas brasileñas y argentinas, y con la intención de recuperarlos, una vez finalizada la Guerra Grande.
Las apariciones se dan, generalmente, en el trayecto que va de Asunción hasta Cerro Corá y, que los “fantasmas” protectores del tesoro se muestran sólo a las almas que consideren apropiadas para encontrar esos objetos de valor. En ocasiones, se presenta una persona fallecida pero, en otras, aparece un perro sin cabeza, un caballo o una especie de luz resplandeciente. La persona que ve esas apariciones no debe revelarlo a nadie, porque si lo hace, eso que ve se convierte al instante en cenizas.
También se dice que el póra de la plata yvyguy, aunque muestra dónde está el tesoro a su “alma elegida” (por decirlo de alguna forma), también tiene malas intenciones con ella: la tienta para que gaste todo el dinero y, en muchos casos, las personas terminan en peor situación económica de la que estaban antes de encontrar el tesoro.
Más que un parque
Hablamos del parque Carlos A. López., del barrio Sajonia, territorio donde, anteriormente, funcionaba el Cementerio Mangrullo. Hasta hoy, según cuentan algunos, es posible ver restos de huesos semi-enterrados; ya que, en su momento, no todos los ataúdes pudieron ser trasladados al Cementerio del Sur.
Pero el relato más conocido es la aparición de una joven vestida de blanco, durante la madrugada. Algunos vecinos del barrio y antiguos cuidadores del parque aseguraron, en varias ocasiones, haberla visto. De hecho, hace aproximadamente un mes, los bomberos de la 3ra. Compañía (Sajonia) subieron una foto donde se puede ver una silueta extraña en el fondo. Haya sido o no fotomontaje, la imagen (y la historia), sin dudas, dan miedo.
Otras apariciones
Francisca Villalba es el nombre de la protagonista de la siguiente historia. Hacia el Barrio Tacumbú es común escuchar casos reales de su aparición. Ella, casada y con dos hijos, había sido llevada hacia el río para ser violada y asesinada por un grupo de policías de la época; luego de que no tuviera más noticias de su marido, quien había viajado a la Argentina.
Cuando por fin se descubrieron sus restos, la enterraron en el Cementerio del Sur y, con los años, los vecinos fueron armando un panteón para ella; ya que se le atribuyen varias obras de caridad. Aparecía, generalmente, durante la crecida del río, cuando las familias se veían afectadas por la inundación. Uno de los relatos contados se ubica hacia mediados de los 60, al cumplirse dos años de su muerte.
Un día, una vecina del barrio recibe la visita de una señora hermosa que pide donaciones de ropas para sus hijos. La dueña de la casa accede a la ayuda; mientras que la señora le solicita que deje las ropas en la casa de otra vecina, a la par que ella recorría todo el barrio. La señora le aseguró que no llevaba en ese momento las ropas porque, justamente, la vecina se encargaría de juntar los donativos de la cuadra para llevarlos hasta su casa, ubicada en la Chacarita.
Lo cierto es que ambas vecinas acordaron llevar las donaciones hasta la casa de la señora donde, curiosamente, les atendió la madre, quien las hizo pasar cuando le preguntaron por su hija. Al dejar las ropas en un rincón de la casa, se dieron vuelta y vieron que la mamá estaba aferrada a una foto. Con lágrimas en los ojos les consultó si era la mujer de la foto la que fue a pedir ayuda en sus casas. Ambas vecinas, sorprendidas, contestaron que sí, que era ella. Luego de aquel episodio, fueron al cementerio a comprobar que su lápida esté ahí. La encontraron.
Hasta ahora, en los azulejos de su panteón, se ve lo que las personas -que llegan hasta el lugar- han escrito: “Gracias Francisca por los favores recibidos”.
Historias de hospital
El ex Hospital de Clínicas es conocido por los movimientos y ruidos extraños, durante y después de su funcionamiento. No hay pruebas de que la leyenda entorno a este edificio, de más de 140 años de antigüedad, sea real. Pero aún así es una creencia popular muy instalada, ya que, incluso, la historia inspiró a crear un cortometraje en el 2015: ExClínicas, de Rodrigo Gastiaburo.
En cuanto a hospitales se refiere, el caso de “María Soledad” del Hospital Nacional de Itauguá es el que más credibilidad ha tenido. El nombre fue puesto por las enfermeras; ya que la noche en la que llegó al centro médico no contaba con documentación alguna. Se dice que, con 18 años años de edad, se acercó hasta el área de Emergencias tras ser víctima de un accidente, pero no resistió y murió.
Supuestamente, y en algunas ocasiones, su alma recorre los pasillos del hospital, por lo que hay sectores en los que los médicos o enfermeras no circulan a partir de cierta hora, por temor a su aparición. Al menos, es lo que se cuenta hasta hoy.
El mito con más casos
En el interior del país, los relatos vinculados a los mitos del Paraguay son muy frecuentes. Sin embargo en Asunción, el panorama es distinto. Hay menos casos, pero los pocos que existen están fuertemente relacionados al Pombero. Se trata de ese hombrecillo pequeño, muy peludo, de brazos largos y piernas cortas, que puede ser fastidioso o aliado del hombre. Según la versión tradicional, hay que dejarle a la noche un poco de caña, tabaco y miel para que te considere amigo y no enemigo.
En la ciudad, los testimonios de algunas personas aseguran haberlo sentido a través de un silbido molestoso que, según las creencias, si es escuchado de lejos es porque está cerca y, si es escuchado de cerca, es porque está lejos. Aunque este ser muestra muchas otras habilidades para marcar presencia: hacerse invisible para dar escalofríos, deslizarse por espacios estrechos, imitar el canto de las aves, el silbido de una persona o el sonido de víboras u otros animales.
Da piel de gallina de sólo pensarlo, ¿no?
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