Portugal se volvió uno de los destinos más visitados en Europa, sobre todo en verano. Después de recorrerlo de norte a sur durante 15 días, la única crítica que me hice al volver fue cómo tardé tanto en conocer esta maravilla de país, colorido y diverso no solo en arquitectura, sino en sabores y experiencias. Como hay tanto que contar, decidí dividir las crónicas de este viaje en tres partes, empezando por la ciudad que me robó el corazón: Porto.
Texto: Jazmín Ruiz Díaz @min_erre
Escribió el poeta portugués Fernando Pessoa: “He venido aquí a no esperar a nadie, a ver a todos los demás esperar, a ser todos los demás esperando, a ser la esperanza de todos los demás”. Y con esos versos en mente llegué a Porto, una ciudad en la que no me esperaba nadie pero de la que yo esperaba todo. Y no me decepcionó.
A Porto llegué de noche y cansada, así que no fue hasta el día siguiente que pude empezar a descubrirla. El hostal que había elegido para alojarme quedaba en Vila Nova de Gaia, literalmente otra ciudad a la que se llega cruzando el puente Luis I a pie, en menos de 10 minutos. Así que la primera vista que tuve de Porto fue desde la otra orilla del Duero. La postal colorida que forma la simetría de sus casitas pequeñas contrastando con la majestuosidad del río fue suficiente para enamorarme a primera vista. Y es que si algo tiene Porto es que es una ciudad sumamente romántica, incluso para quienes, como yo, se aventuran solas.
Como bien me había aconsejado mi amiga Yobi, experta viajera, Porto no es una ciudad para andar a las corridas, sino que te invita a recorrerla a su ritmo: pausado, apreciando cada momento y dándole tiempo suficiente a las pausas para tomarse un café. Porque si algo tiene Portugal que ofrecer son cafés, que más allá de la bebida, son un punto de encuentro que marcó la vida cultural de la ciudad, sobre todo a principios del siglo XX. En ese sentido, el Café Majestic es una visita obligada y una invitación a transportarse en el tiempo. Abierto desde 1920, tanto la arquitectura como la decoración remiten a la Belle Epoque y lo han llevado a integrar la lista de los cafés más hermosos del mundo.
Otro café tradicional, aunque un poco más reciente ya que data de 1930, es el Guarany. Un lugar sobre todo reconocido por reunir a músicos y escritores, y que por supuesto, me atrajo desde el nombre (aunque no encontré mayor relación con él). Una recomendación para pedir en cualquiera de estos locales: Si bien los portugueses son excepcionalmente buenos en todo tipo de panadería y pastelería —y los pasteles de Belén son lo más característico—, las tostadas francesas al estilo de la casa —vienen cubiertas con una crema de huevos y frutos secos— superan toda expectativa.
Después del desayuno, mi primera actividad marcada fue el free walking tour. Esta opción que se puede encontrar en toda ciudad turística de Europa, dura de tres a cuatro horas y arranca generalmente a la mañana y a la tarde, en diferentes idiomas, y es liderada por guías sumamente formados y entretenidos. Por eso, cuando llego a una ciudad de la que no sé mucho sobre su historia, me gusta empezar con estos tours, de modo a tener un pantallazo general y después adentrarme en lo que me llame la atención a partir de allí. El recorrido empezó en la Torre de los Clérigos, pasando por los monumentos principales —entre ellos, el Palacio de la Bolsa, la Catedral y el Palacio Episcopal— para terminar en el corazón del centro histórico. Así aprendí la historia de esta ciudad, fundamental para la consagración de Portugal como nación independiente, aunque nunca haya logrado convertirse en capital.
Pero si bien la historia puede ser apasionante, no les voy a mentir, en Porto me perdí entre los sabores tan distintos que se podían encontrar en la ciudad. Quedé completamente enamorada de la cocina portuguesa, de la que hasta entonces conocía poco y nada, pero que es de lo más completa y variada. Mi tour gastronómico fue al más puro estilo Anthony Bourdain: incluyó desde los platos típicos de las tabernas tripeiras hasta las versiones contemporáneas del chef más reputado, y en todos los casos, el disfrute fue igual de placentero. Por recomendación del guía a cargo del walking tour, empecé en la Praça dos Poveiros, una zona llena de bares y restaurantes accesibles en la Baixa (el downtown). Allí llamó mi atención Casa Guedes y mi intuición me guió correctamente. Veganos, abstenerse, porque Casa Guedes se jacta de ofrecer un sándwich de pernil y queso de montaña que se derrite en la boca. Sin embargo, son los mariscos y pescados las verdaderas estrellas en cualquier plato portugués, y para comerlos frescos, no hay como el Mercado Beira-Río, del otro lado del Duero, en Vila Nova de Gaia. Pero para quienes quieran regalarse una cena de lujo a un precio, sin embargo, accesible (alrededor de 40 euros por personas), Cantinho do Avillez es el sitio indicado. Este bar gastronómico enfocado en cocina portuguesa contemporánea es propiedad de José Avillez, un chef que ostenta dos estrellas Michelin. Mientras, si lo que buscan es una cena distendida que no requiera reserva previa, en la Rua da Cedofeita se encuentran variedad de locales que ofrecen menús fijos para presupuestos más ajustados. Como les dije, en Porto nunca se van a quedar sin opciones a la hora de comer.
La otra actividad sino obligada, al menos, necesaria en esta ciudad, es probar los vinos que dan el nombre a la ciudad. Y qué mejor que hacerlo en las bodegas que los producen, que ofrecen visitas guiadas con catas incluidas de forma diaria. Las bodegas están todas en Vila Nova de Gaia, la mayoría una al lado de la otra sobre la calle principal que mira al río, las visitas son accesibles y se pueden programar en el día. En mi caso, elegí hacer la visita guiada en Poças, una bodega familiar que produce en la región hace más de 100 años (fue fundada en 1918). Aunque queda fuera del epicentro turístico, es de fácil acceso. La segunda cata (porque una no es suficiente) fue en Churchill’s, una de las marcas más reconocidas por ofrecer vinos de alta gama. Cualquiera sea el lugar que elijan, no se puede dejar de degustar el Tawny, la variedad más característica, resultado de una mezcla de diferentes cosechas y de un envejecimiento de más de tres años en barricas de roble.
Y como broche de oro, ya que están del lado de Vila Nova de Gaia, el Jardim do Morro ofrece la mejor vista para terminar el día mirando el atardecer. En el mirador, alrededor de las siete de la tarde el lugar se convierte en una fiesta con DJ´s que ponen música en vivo, food trucks del otro lado del jardín, y puestos callejeros donde pedir un Porto tonic para acompañar. Pero nada opaca el espectáculo central: el caer de la tarde sobre el centro histórico de Porto es una de las cosas más lindas que van a ver en un lugar donde belleza es lo que sobra.
Porto es sumamente pintoresca pero sin ostentar, hasta diría que encanta por una coquetería que deja entrever la mezcla de opulencia y decadencia de tiempos pasados. Por supuesto, no voy a ser tan pretenciosa como para decir que conozco la vida de una ciudad por la que pasé solo unos días. La percepción del turista es siempre engañosa. Sin embargo, algo tiene Porto que se hace sentir más honesta que otros destinos, una ciudad que se muestra con todas sus ambivalencias; la marea de turistas que una se encuentra en temporada alta interfiere, pero no anula, el ritmo tranquilo que le imprimen los locales. Quizás esto no sea lo que se espera leer de una crónica de viajes, pero a mí me gusta escribir más que sobre locaciones, sobre impresiones: sobre lo que me llevo de un lugar como reflexión pero que se inició a través de sensaciones. Y esto fue lo que me dejó Porto.
Harry Potter y la librería más hermosa del mundo
Creo que parte de toda experiencia turística implica dejar asignaturas pendientes, como una promesa para volver. En mi caso, lo que quedó por hacer fue visitar la Librería Lello, que ostenta el título de ser la más bonita del mundo. Lastimosamente, el turismo tiene su contracara, y así como llena de vida la ciudad, también la vuelve inaccesible para ciertas cosas. Esto fue lo que pasó con Librería Lello, víctima de la pottermania. Pues desde que JK Rowling, quien vivió durante varios años en Porto, contó en una entrevista que se había inspirado en las monumentales escaleras del local al imaginar las de Hogwarts, la marea de fans convirtió la librería, que fuera el punto de encuentro de los mayores intelectuales del siglo pasado, en el punto obligado para la foto en Instagram. En Librería Lello ya nadie lee; mientras, al pasar por en frente se ve una fila de gente que espera por horas para entrar unos minutos y lograr la selfie perfecta.
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