Por: Javier Babero
Lo vengo sosteniendo de manera recurrente en estos tiempos de cuarentena: no nos olvidemos de darnos el permiso de ser humanos. Parece absurdo, sin embargo, considero que cuando hay una crisis, o atravesamos una situación extrema, recordar que somos humanos nos ayuda a darnos ciertos permisos.
Si bien estamos inmersos en un sistema global donde brotan por todos lados mensajes del tipo “Vos sos un líder” y “Todo es posible si así lo quieres”, estos mensajes tan genéricos y exitistas nos pueden llevar a fortalecer el estereotipo de que somos superhéroes incapaces de perder o fracasar. Y si le doy de comer en exceso a la creencia de que para mí no hay límites, puede llegar a ocurrir que el personaje se imponga por encima del simple, ordinario y falible ser humano que soy.
Creer que soy ese personaje de cómic en cierto sentido, puede darme fuerza y recursos, pero del otro lado de la moneda me encuentro con mi yo real debilitado y, tal vez, incapaz de ser reconocido.
Soy un ser humano primero. No soy el estereotipo que me venden los best sellers o el de las conferencias donde los gurúes dorados aseguran que usando esta fórmula o manera de pensar, puedo lograrlo todo.
Es decir, una crisis como la cuarentena puede que acabe haciendo tambalear al personaje al que le dediqué una vida. Y ese personaje se quiebra porque si no va acompañado del ser humano que se conoce, no tiene manera de sostenerse más allá del show o las apariencias.
La ventana de darme permiso para ser humano es que no divorcio al rol del ser que soy. Y eso es una ventaja impresionante, solo que se paga con el permiso de ser vulnerable. Y ser vulnerable es saber que me puedo quebrar y hasta paralizar eventualmente. Y hasta fracasar. Y eso que me vuelve ordinario y simple se convierte entonces en mi mayor fuerza.
Por eso en estos tiempos complejos, donde de alguna manera todos estamos atravesados por una crisis, los roles exitistas no sirven para nada porque se caen. Se cae el papá siempre cariñoso. El gerente con buena onda. El vecino solidario. La pareja que antes compartía ocho horas y ahora tiene que convivir el día completo.
Si no me doy el permiso de ser humano y no le digo a mi hijo algo así como “Hoy papá está muy nervioso y preocupado”; si no le declaro a mi pareja “Hoy ni siquiera yo me aguanto”; y si no le hago saber a mi equipo de la oficina que “Me siento perdido con la tecnología”, voy a pagar un precio muy costoso. El precio de tapar mi enojo, mi frustración y mis miedos. Y eso es pura violencia conmigo mismo.
Me doy el permiso de quebrarme y de decirlo. Soy real.
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