Andrea Gómez de la Fuente es una de las bioquímicas que analizan las pruebas de COVID-19 en Paraguay. Tras dos años de haber sobrevivido al cáncer, habla de cómo en el mundo cabe un amor tan grande con el cual mirar la vida con optimismo: el amor de madre.
El día que la entrevisté, Andrea (34) llegaba recién del Laboratorio Central de Salud Pública, el lugar donde trabaja desde hace siete años. Es bioquímica y, como tal, forma parte del equipo que analiza las muestras de COVID-19 antes de que los resultados sean publicados por el Ministro de Salud Julio Mazzoleni, en Twitter.
Para conectarse a la videollamada utilizó la cuenta de Skype de su esposo, Juan Bautista Torales, también bioquímico e integrante del grupo que analiza las pruebas en el laboratorio. Están casados desde hace nueve años; se conocieron en la facultad, siendo compañeros de clase y hoy tienen dos hijos: Iván (8) y Sofía (3).
Andrea debía buscarlos de la casa de sus padres una vez que acabara nuestra charla, ya que desde que el país entró en cuarentena, Iván y Sofía quedaban en la casa de sus abuelos para que ella y su esposo pudieran salir a trabajar.
“Salgo del laboratorio, vengo a mi casa, me baño, me cambio de ropa y luego los busco de la casa de mis padres. Mi hija más chica no entiende tanto qué sucede, pero mi hijo mayor sí, un poco más, porque pregunta seguido cuándo terminará la cuarentena y cuándo podrá volver a la escuela para ver a sus compañeros”, cuenta Andrea.
“Sofía tenía que empezar la guardería pero ya no pudo. Las prácticas de fútbol de Iván se suspendieron, pero sigue con sus clases de ajedrez por Skype. Igual, en la casa de mis padres están contentos porque sus abuelos los malcrían. Pero para su papá y para mí, como trabajamos en lo mismo, sí es difícil no poder acompañarles como de costumbre en estas actividades”, agrega.
La crisis sanitaria unió al mundo de muchas formas, una de esas fueron los aplausos que llegaron como un enorme “gracias” a todo el personal de salud. “En primer lugar están siempre los médicos y las enfermeras, pero siento también que esta vez se reconoció más la labor de los bioquímicos. Creo que ahora se vio cuán importante es el rol del Laboratorio Central”, señala.
Al tratarse de un nuevo virus, el equipo del laboratorio estudió el diagnóstico de la enfermedad mucho antes de que empiece la cuarentena. “Reforzamos las medidas de bioseguridad, preparamos la logística, personas de otras áreas del laboratorio se sumaron a los testeos, etc. Antes de obtener los resultados, las muestras pasan por varios procesos que llevan su tiempo”, explica.
Y relata: “Al llegar, todos nos colocamos las chombas. Estos uniformes no salen del laboratorio porque hay un equipo que se encarga de lavarlos. Siempre usábamos tapabocas dentro de las áreas de trabajo, pero ahora los llevamos puestos todo el tiempo, hasta cuando estamos en el escritorio cargando los resultados”.
Andrea confiesa que está acostumbrada a los procesos que implican la llegada de una nueva enfermedad. “Cuando hubo riesgo de introducción del ébola, también nos preparamos, vimos trajes y estudiamos protocolos, pero es parte de nuestro rol. Por eso, ante el ingreso de COVID-19 no sentí miedo por mí, sino más bien por mi familia”, declara.
Ella sabe mejor que nadie que la salud es lo más importante.

Una historia, una lucha

A Andrea le diagnosticaron cáncer de mama en octubre de 2017, siete meses después de dar a luz a Sofía. Se hacía el chequeo médico todos los años; sin embargo, no fue así como lo descubrió. “En mi chequeo anual solía, solía incluir solamente ecografía, pero ese año consulté con un mastólogo porque había sentido algo extraño en mis mamas”, recuerda. Después de hacerse los estudios, comenzó con el tratamiento.
Cuando empieza a contarlo, se emociona y piensa en su familia. “Me afectó más por mis hijos, no tanto por mí. Porque son chicos y una piensa en eso. En ese momento, mi bebé mamaba y tuve que cortar la lactancia. Luego, como ya estaba haciendo mi tratamiento, le daba la leche maternizada en biberón”, relata.
“Me sentía agotada, pero tratamos de que todo siguiera lo más normal posible. Se me caía el pelo, pero usaba peluca, por eso no sé si mi hijo mayor se fijaba en eso o se daba cuenta de lo que me pasaba. La parte complicada era cuando iba a mi tratamiento, porque aunque hoy esta enfermedad aparece a cualquier edad, la mayoría de las pacientes era gente mayor que estaba acompañada de sus hijos”, cuenta.
Para Andrea fue una etapa dura, porque a la par, su padre también se estaba recuperando de un problema de salud. “Mi familia y mis compañeros de trabajo me apoyaron mucho. Tuve que faltar en varias oportunidades porque tenía que reposar, pero las veces que podía, iba al laboratorio”, agrega.
“Siempre pensaba que la salud era lo más importante, y lo es porque te permite hacer de todo: trabajar, compartir con tus seres queridos, etc. Pero ahora también pienso que lo más importante es ser feliz o aprender a serlo con lo que te toca vivir, porque a la enfermedad a veces uno no la puede controlar. Siempre nos recomiendan tener una buena alimentación, hacer ejercicios, etc., pero mi papá hacía todo eso e igual se enfermó. ”, reflexiona.
Después de un año de tratamientos y cirugías, Andrea superó la enfermedad. “Recuerdo el último día que me hice quimioterapia, fue un 26 de marzo. Lo recuerdo porque mi hija cumplía un año el 28. No le íbamos a festejar por toda la situación que atravesábamos pero al final lo hicimos y salió todo súper bien”, comenta.
Y añade: “Me apoyé en mis hijos y en mi marido, en las ganas que tenía de seguir viviendo para hacer todas las cosas que me faltaban hacer. Con todos los cambios que trajo esta pandemia, a veces me olvido de todo eso que pasé y de esa mirada positiva que me mantuvo en pie”.

Ser mamá es

Andrea quiere volver a ser mamá, “por lo menos una vez más”, dice. Y piensa en las palabras que mejor definen a la maternidad. “Después de que le tuve a mi primer hijo, me asusté. Y es que me di cuenta de que es una persona totalmente diferente, quizás se parezca en alguna u otra cosa a mí o al padre, pero tiene otros sueños; otras cosas que le gustan y otras que no. Entonces, para mí, ser mamá es ser una guía, alguien que te orienta hacia las cosas buenas de la vida”.
En esa misma vida, hay momentos fugaces o palabras inesperadas que tratan de decirnos algo, siempre. Hace poco Andrea sintió esa sensación cuando Iván, su hijo mayor, le dijo que ya no quería cumplir ocho años, porque con siete estaba muy contento. “Él antes me decía todo el tiempo que quería ser grande y yo le contestaba que para qué, que ser chicos es mejor, porque no hay preocupaciones”, revela.
Y continúa: “Después de toda la situación en torno a mi enfermedad, que me haya dicho eso, que era feliz, me emocionó. No sé, sentí que por lo menos, como padres, estamos haciendo bien las cosas”.
La videollamada había finalizado y Andrea se preparaba para ir a buscar a sus hijos, luego de una jornada de trabajo que había arrancado a las 7:30 de la mañana. Ni en el momento más difícil de su vida, dejar el laboratorio fue una opción. “Como manejamos las epidemias, el estrés está presente. En su momento, cuando enfermé, me plantearon cambiar de área, porque querían cuidarme”, recuerda.
Pero ella escogió seguir adelante con su labor principal: “Los doctores me decían que no había ningún problema. Había trabajos de escritorio que me gustaba hacer, pero extrañaba la mesada del laboratorio. Después de todo lo que viví, de cierta forma, estoy contenta de poder ayudar hoy al país, de poder aportar todo lo que alguna vez aprendí”.
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