Texto: Micaela Cattáneo / @micaelactt
Un 29 de enero de 2016, Javier Palacios Coca salió de su Colombia natal para emprender un viaje por toda Sudamérica. Puso en marcha su camioneta Colibrí y la cargó, entre tantas cosas, con una cámara Polaroid de 1945, a la cual bautizó Sofía por la sabiduría que esta le brindó en los meses previos a su travesía por la región.
Javier habla rápido y sin pausas, convencido de que lo que cuenta es el resultado de una buena decisión tomada en el pasado. No quiere que lo llamen Javier, sino Coca, que – aclara – no es su apodo sino el apellido de su madre. “Ya sabes que me tomo la palabra”, me dijo luego de un rato largo de conversación, asumiendo que, pese a que no lo conozco en persona, me había percatado de este aspecto de su personalidad.
Sus ganas de viajar por esta porción del continente le nacieron cuando, hace nueve años atrás, conoció a un grupo de viajeros que hacía lo mismo. “Ellos me habían comentado que no les estaba yendo muy bien; sin embargo, yo les veía bien, tenían comida, una cama donde dormir, estaban acompañados por su perro, etc. Yo les veía muy tranquilos y felices, mientras yo tenía deudas en el hostel donde me hospedaba”, comenta sobre el momento en que hizo un clic y decidió hacer el viaje.
Pero la aventura no arrancó de inmediato. Se puso a ahorrar para poder concretar su idea. Como siempre estuvo ligado a las artes escénicas, al teatro y a la fotografía, trabajó en una productora con sus amigos e hizo teatro en lugares de Colombia donde la gente vive en condiciones vulnerables.
Con lo que juntó, además de la camioneta, compró una cámara Polaroid que estaba en desuso, porque para él esta iba a ser la forma con la cual se sustentaría a lo largo del viaje. La decisión la tomó luego de haber hecho una visita a Cuba para aprender sobre fotografía minutera.
Desde que salió de Colombia hace cuatro años y siete meses, hace esto en cada ciudad que visita: se instala en un lugar, saca fotografías a las personas que se acercan a él y las revela en cuestión de minutos. “Pensé que con todo lo que había estudiado sobre fotografía analógica en Cuba iba a ser suficiente, pero me tomó nueve meses (como el embarazo de una mujer) entender el proceso de esta cámara. Me frustré mucho, tuve altibajos en todo ese tiempo, pero también aprendí muchas cosas. Por eso la nombre Sofía, porque me dio mucha sabiduría”, relata Coca.

Destino: Paraguay

Llegó a Paraguay en enero de este año. Sin embargo, no es la primera vez que visita nuestro país, ya que estuvo por aquí durante tres meses el invierno pasado. Tenía planeado salir en marzo para Brasil, pero la pandemia lo obligó a quedarse por más tiempo. Cuando se habiliten las fronteras, continuará con su ruta por Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela, el único país de Sudamérica al que le falta llegar. “Y cuando regrese a casa me gustaría hacer un viaje con mi papá por toda Colombia. Él tiene 84 años y una energía increíble”, señala.
En Paraguay, generalmente la gente puede encontrarlo con su cámara los sábados en la Plaza Italia, acompañando la feria de la Red Agroecológica o en San Bernardino, y los domingos en Areguá, donde reside actualmente. “O bien, me escriben a mi Instagram @elviajedelcoca y yo les aviso dónde estoy”, asegura. El costo de cada foto es de G. 30.000.
La Polaroid saca fotografías en blanco y negro, como de otra época, y aunque sea un objeto de varios años de antigüedad, solo una vez tuvo un problema. “La reparó un señor que arreglaba relojes. Hay que tener ciertos cuidados con ella, como humedecer la madera con aceite de oliva y evitar que le agarre mucho sol”, señala.
Así como Sofía imprime muchos recuerdos para las personas, también lo ha hecho para Coca. “La cámara me acerca a mucha gente que me gusta llegar, como artistas, fotógrafos, periodistas, etc; gente muy interesante. Una vez, en Uruguay, pregunté como llegar a Pepe Mujica. Fui hasta su casa y lo esperé como seis a siete horas para fotografiarlo. Fue genial porque lo admiro mucho”, recuerda.
Hasta ahora me sorprende cómo un objeto y un revelado tan antiguos puede, hoy, en medio de tanta digitalización, sorprendernos como de seguro lo hacía en aquella época. “No estamos acostumbrados a la fotografía analógica, por eso nos llama la atención. Yo viajo y hago todo esto para darle un contenido, una sustancia a la vida. Colibrí me permite no quedarme quieto. Y estar en movimiento, en constante cambio, te da siempre una historia qué contar”, concluye.
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