Rangún, Birmania | AFP, por Marion THIBAUT.
La débil Tin Hlaing tuvo cuatro hijos, pero no volvió a verlos desde que la abandonaron, con 70 años, al borde de una carretera. Hoy vive en uno de los pocos centros de Birmania que alberga a los ancianos.
Ya casi no habla por un ataque que la paralizó. Encontró refugio en la "Casa del crepúsculo" (See Sar Yeik en birmano) en un suburbio sur de Rangún, la principal ciudad del país.
El centro, creado en 2010 por una asociación dirigida por una escritora, se ocupa de las personas de más de 70 años, enfermas, sin recursos y sin familia.
"Cuando llegó estaba tan mal, desorientada, deshidratada y muy enojada", recuerda Khin Ma Ma, responsable del lugar, al contar la historia de Tin Hlaing.
La anciana no es un caso aislado. Cada vez más personas son abandonadas al borde de la ruta, cerca de un basurero o de un cementerio.
"A veces, en sus bolsillos, encontramos sólo un mensaje con su nombre y su edad. Es todo. Cuando les hacemos preguntas no son capaces de responder", dice.
En este país pobre de Asia del sudeste de mayoría budista la jubilación no existe y un quinto de los ancianos trabajan.
Tradicionalmente son los hijos los que se ocupan de sus padres. Pero la pobreza, una inflación de dos dígitos y la rápida urbanización lleva a que cada vez más gente abandone a sus familiares en el crepúsculo de la vida.
Los de más de 65 años representan 9% de la población. En 2050 representarán 25% y serán más numerosos que los menores de 15 años, según la proyecciones de Naciones Unidas.
En la "Casa del Crepúsculo", el ala en donde está alojada Tin Hlaing es nueva, pero ya falta espacio. Sólo unos centímetros separan su cama de hierro de las de sus vecinas. En los muros se colgaron algunas imágenes piadosas.
Eran ocho al principio. Son ahora más de 120, con un centenar de personas en lista de espera.
La mayoría pasan el día acostados o sentados en sus camas, con la mirada perdida.
Khin Ma Ma recuerda con emoción a otra anciana que pasó varias noches fuera, herida, mordida por las ratas. Sobrevivió sólo unos meses.
"Los ancianos no deberían ser tratados así y los que los abandonan deberían ser demandados", agrega.

– Ayudas irrisorias –

Birmania, otrora la perla del sureste asiático, está hoy empobrecida luego de décadas de junta militar que inmovilizó y aisló al país.
"Las realidades económicas obligan a muchos ancianos a continuar con trabajos manuales pesados para sobrevivir", lamenta Janet Jackson, representante en Birmania del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA).
"Con la economía que se moderniza y diversifica, Birmania necesita regímenes de pensión. Ello la ayudará a crear redes de seguridad", agregó.
Hasta ahora las ayudas que existen son irrisorias.
El nuevo gobierno dirigido por Aung San Suu Kyi, que llegó al poder en 2016, instauró recientemente una ayuda, pero únicamente para los mayores de 90 años. Desde el mes de abril reciben 10.000 kyats (6,4 euros) por mes.
"No tenemos hijos, familia. Ya no teníamos vivienda, venimos a esperar la muerte aquí", cuenta Hla Hla Shwe, de 85 años, que halló refugio en un centro para ancianos creado por monjes budistas, en la periferia de Rangún.
"Aquí estamos menos solos y preparan de comer para nosotros gracias a las donaciones", agrega.

– ‘Ya no tenía donde ir’ –

En otro suburbio de Rangún, Nwet Nwet San, una ex estrella del cine birmano, creó un centro para sus pares: la "Casa de las madres" (Amay Myar Yeik Thar), último hogar para una veintena de actrices.
En las paredes, unas fotos descoloridas muestran a jóvenes con mucho maquillaje y vestimenta distinguida.
"El fin de vida puede ser difícil, incluso para las que eran actrices. Vi morir algunas en condiciones terribles, es por ello que decidí crear este espacio", explica Nwet Nwet San, de 77 años.
Moe Thida Moe, que sufrió un ataque cerebral recientemente, tiene dificultades para caminar, pero sus ex colegas la ayudan a mantenerse en pie.
"Ya no tenía donde ir. Aquí soy feliz con mis amigos. Me recuerda los viejos tiempos", dice esta mujer de 73 años cuyo rostro se ilumina al recordar la gloria pasada con los ojos cargados de lágrimas.
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