Como medida preventiva para evitar el contagio del Covid-19 nos pidieron que estemos a dos metros de distancia de los demás. A partir de esta sucedieron otras distancias que nos mostraron cómo funcionan las relaciones humanas en tiempos de crisis.
Texto: Micaela Cattáneo
@micaelactt
Ilustración: Carolina Vinader
@carolinavinader
Mi amiga de toda la vida, mi compinche desde el jardín de infantes, lleva una relación a distancia con un chico de Portugal desde hace tres años y medio. Se conocieron en Natal, Río Grande del Norte (Brasil), cuando ambos hacían su programa de intercambio universitario. Desde entonces, se ven entre dos a tres veces al año, por períodos largos. Y se turnan las idas y vueltas a Europa y Paraguay según las actividades de cada uno.
El otro día hablaba con ella sobre los planes que tienen a futuro y, entre otras cosas, sobre cómo había sido y es, vivir un amor cuando te separan más de 8.800 kilómetros. Me contó que lo más difícil es no poder verle, más aún desconociendo cuánto tiempo pasará para que vuelva a suceder. Sin embargo, me dijo que cada vez que se encontraban era muy emocionante y que por nada del mundo se despegaban el uno del otro.
No pude evitar pensar en su historia y en la de muchos otros que, para seguir conectados, viven su cotidianidad de forma virtual, un lenguaje que no nos es del todo desconocido pero al que, a causa del confinamiento por la pandemia, tuvimos que adaptarnos rápidamente, ya que de la noche a la mañana se convirtió en nuestra única vía de comunicación con el mundo exterior.
Pienso no solo en los que (como mi amiga y su novio) viven un amor a distancia, sino también en las madres que están lejos de su patria y le cantan el feliz cumpleaños a sus hijos a través de una pantalla; en las personas que recorren el mundo por trabajo y aprovechan algún tiempo libre para llamar a sus seres queridos antes de que la diferencia horaria no lo permita. Pienso que el Covid-19 alargó estas distancias y separó por primera vez las historias que se construían de cerca, fuera de casa.
Porque de pronto, toda nuestra vida pasa por un teléfono, una tablet o un ordenador, y extrañamos más que nunca abrazar a un amigo, compartir un asado en familia, saltar entre la multitud de un concierto, hacer un viaje en ruta, entre otras miles de actividades que aunque puedan ser reemplazadas por un escenario virtual, nunca podrán sentirse igual que al vivirlas en vivo.
¿Por qué, hoy más que nunca, nos aferramos a esa forma de relacionarnos? ¿Acaso la tecnología, durante estas dos últimas décadas, no nos demostró que para comunicarnos con el otro solo hay que hacer un clic? Para encontrar respuestas a estas preguntas, la socióloga Ana Portillo pide que no olvidemos la fuerza que tiene la corporalidad en las relaciones humanas.
"Aún con todos los cambios culturales en la forma de relacionarnos provocados por los avances tecnológicos, habitamos el mundo a través de nuestros cuerpos y esa corporalidad sigue siendo un componente fundamental de la afectividad. Incluso, a distancia, las emociones que nos generan las palabras que leemos o escuchamos a través de las pantallas, las sentimos en los cuerpos”, explica.
Los sociólogos alemanes Ulrich Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim, autores del libro Amor a distancia. Nuevas formas de vida en la era global, reflexionan sobre el tema cuando analizan la intimidad de la pareja que vive la variante geográfica del amor, tema que fácilmente puede adaptarse a cualquier vínculo entre un ser humano y otro. “El estímulo y el sostén del amor a distancia radica única y exclusivamente en el lenguaje y la mirada. El lugar puro del amor a distancia es la voz, la que hace perceptible la cercanía en la distancia. El hecho de que otros sentidos no distraigan de la conversación, concentrarse enteramente en la fuerza del lenguaje, hace posible que se aborden las principales preguntas relativas al ‘tú y yo’”, escriben los autores.
Si bien el mundo que dejamos antes de la pandemia es uno hiperconectado, “¿qué tan ‘de calidad’ son esas conexiones que establecemos?”, se pregunta Portillo. “¿Qué tan profundas, intensas y complejas son? Porque en estos tiempos se han agudizado problemas de depresión y ansiedad que necesitamos analizar. Lo fundamental en cualquier relación es el tiempo, para reconocer nuestras reacciones, afinidades y diferencias”, señala.
Y continúa: “Entonces, aún con las herramientas tecnológicas ultramodernas, nuestras necesidades como especie para relacionarnos siguen siendo las mismas, tiempo y cuerpos, o cuerpos compartiendo tiempo”.

¿Podríamos vivir sin Internet?

Hoy, puedo ponerme en los zapatos de mi amiga y entender un poco más cuán desafiante es mantener un vínculo desde dos extremos. En aquella charla, también me contó que al principio del noviazgo descargaron una app con la que podían tocar la pantalla y hacer que vibre cuando sus dedos coincidían en el mismo punto. ¿Cómo responder que sí podríamos vivir sin Internet cuando existe una posibilidad de conexión como esta?
Durante este período de cuarentena he vivido, a través de videollamadas, los polos opuestos de las relaciones humanas , así tal cual suceden en la vida fuera de Internet. Un día estuve en una “fiesta” virtual con 30 personas bailando y cantando desde sus sillas y con sus tragos favoritos en mano, y otro, jugando a preguntas y respuestas con un grupo de amigos, interacción que se quebró por un momento cuando uno salió enojado por un comentario. Cosas que pasan.
Lo cierto es que aunque pensemos que la red de redes es imprescindible para no cortar el hilo de nuestros vínculos, la realidad nos muestra que hay mucha más gente viviendo sin acceso a Internet. “En nuestro país, el grado de conectividad es aún muy bajo con respecto a otras sociedades. Según la encuesta de uso y acceso a Internet realizada por Mitic, en 2017, 56,8% de los hogares no tiene Internet, porque tenemos un 25% de personas en situación de pobreza que están fuera de esa realidad hiperconectada”, comenta la socióloga.
“Justamente, durante esta pandemia se están planteando muchas salidas de regreso a una vida más simple y sencilla. Algunas personas proponen volver a cultivar en las casas, otras desempolvar libros y leer, entre otras cosas.”, agrega.
De todas formas, la reciente portada de la revista The New Yorker, en la que una doctora le da las buenas noches a sus hijos y su marido a través de una videollamada desde un hospital con médicos y enfermeras trabajando de aquí para allá, ilustra lo fundamental que fue (y es) la tecnología para la contención de los sectores más expuestos, como el personal de blanco y los adultos mayores o migrantes que viven solos en casas y países diferentes a los de su familia.

La sociedad que seremos

La pandemia del coronavirus está mostrando todas las facetas de nuestra sociedad, desde el acto solidario más puro hasta la campaña egoísta más fuerte. Por eso, no es extraño escuchar el planteamiento sobre qué tipo de sociedad seremos cuando pase la pandemia y la crisis posterior se nos venga encima.
Portillo asegura que para entender las reacciones individuales de rabia, plagueo, escrache, entre otras, debemos, primero, entendernos como sociedad. “Necesitamos pensar qué sociedad teníamos antes de que empiece la pandemia. Una sociedad que no estaba garantizando los servicios públicos básicos, una que quemó su Congreso harta de su clase política, una con altos índices de abusos a mujeres y niñas. Entonces, no es que la pandemia nos pone negativos, sino que esta es un síntoma nacional y global de un sistema, de una forma de organización social que no va más”, responde la especialista.
Y añade: “Pero también somos una sociedad que ha sobrevivido históricamente a esta estructura con sus redes comunitarias, con reciprocidad, con solidaridad, con empatía, con organización. Es la calidad de esas prácticas las que hoy pueden salvarnos y redimirnos en estas circunstancias difíciles. Si sabemos leer el momento, la pandemia puede ser un punto de inflexión histórico, una oportunidad de cambiar lo que tengamos que cambiar, de poner de vuelta en el centro social el cuidado, el afecto, la salud pública, los derechos, la prevención, la alimentación saludable, el cuidado de la naturaleza, etc.; volver a poner en el centro la vida digna de las personas”.
Pese a que el contexto actual no es el más alentador, siempre tendremos la esperanza. Una manera de resumir esta pandemia en lo que a relaciones humanas respecta, es el pensamiento que mi amiga y su novio compartían al inicio de su relación a distancia: “sabíamos que sería solo una etapa y que no viviríamos así para siempre".


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