Texto: Micaela Cattáneo
Cuando creíamos haber recibido todas las noticias más impactantes del año, aparece el octavo álbum de estudio de Taylor Swift, producido y grabado enteramente en cuarentena. El disco, titulado Folklore, fue una sorpresa no solo porque la cantante estadounidense lo reveló unas pocas horas antes de su estreno, sino también porque en él prevalece lo que muchos artistas ya no profundizan: la lírica.
El nombre del disco adelanta el género musical que explora Swift en las 16 canciones: el folk. Y aunque para darle esa identidad sonora recurrió a expertos como el compositor Aaron Dessner (The National) y el músico Justin Vernon (Bon Iver), lo que finalmente sobresale luego de recorrerlo de extremo a extremo son las preguntas que se hace, las reflexiones que comparte y las historias que cuenta.
El concepto de Folklore es simple en su conjunto, pero profundo y maduro en los detalles. El amor, el desamor y la vida de la autora marcan las pautas de este octavo álbum, que si tuviera que ser dibujado en una escena, para mí, sería la de una chica escribiendo sus sentimientos en un diario íntimo, sola en su habitación. Porque sí, es nostálgico, pero ese regreso constante al pasado tiene una intención: hacer justicia.
Canciones necesarias: La armónica en la intro de Betty es de lo mejor del disco. Pero The last great american dynasty tiene una insuperable dosis de realidad en la que Taylor se proyecta contando la historia de Rebekah Harkness, antigua dueña de su mansión.
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