El hambre real es aquella que nos avisa que nuestro cuerpo necesita cargarse de nutrientes y energía. El factor que la incrementa es el tiempo. Mientras más tardamos en responder al cuerpo, más la sentimos. Pero una vez que ingerimos alimentos, todo vuelve a estar bajo control.
Por otro lado, está el hambre emocional, que generalmente aparece de forma repentina y como consecuencia del estrés o de algo que nos genera ansiedad. Aún así la tratemos de calmar con la ingesta de alimentos, esta no se va. Es decir, en este caso, la comida da una satisfacción momentánea pero finalmente parece no calmar el hambre e incluso después nos hace sentir culpables.
El psiquiatra Javier Quintero explicó a abc.es que nuestra alimentación, como otros tantos comportamientos del ser humano, está regulada por las emociones y otros aspectos psicológicos. “Utilizamos la comida para intentar modular nuestras emociones. Esto sucede, por ejemplo, cuando comemos más de la cuenta alimentos concretos porque estamos tristes o nerviosos”, señaló.
El atracón con la comida es otra de las conductas que están ligadas a las emociones, ya que incluso en este caso lo hacemos sin sentir hambre, lo cual nos lleva a sentirnos mal posteriormente; por ejemplo, atacar la heladera de madrugada o romper todas las reglas el fin de semana, entre otras formas.
Para mejorar estos comportamientos, en primer lugar, hay que conocerse mejor y luego establecer un plan de alimentación con horarios que impidan que salteemos las comidas. Además, es importante elegir alimentos que sacien, evitar aquellos ultraprocesados, y ser conscientes y estar presentes al momento de comer, es decir masticar cada bocado despacio, saboreando los alimentos, porque todo este proceso nos ayudará a gestionar la ansiedad.

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