La vida de esta mujer paraguaya de 55 años se apagó el 13 de abril del 2020, en plena cuarentena por Covid-19, pero hoy su ausencia se ilumina a través de las palabras de sus cuatro hijas.
Ilustración: Alma Ríos (México)
“Mamá nunca quiso salir de casa”, cuenta Romina María Alcira Ricardi (25 años), hija de Tomasa Ferreira Sosa (55 años), una de las primeras víctimas de feminicidio de la cuarentena. Ambas vivían en la comunidad Santa Librada, mejor conocida como Lemo, ubicada en la ciudad de Belén, Concepción, departamento que se encuentra al noroeste de la región oriental de Paraguay, a unas seis u ocho horas de Asunción.
En Lemo, las casas están separadas a aproximadamente 100 metros de distancia unas de otras; los caminos son de tierra; las compañías telefónicas llegan pero la señal suele ser débil; los habitantes de la comunidad se conocen entre todos, y la mayoría se dedica a la agricultura.
Tomasa nació en esta comunidad un 7 de marzo de 1965, y desde entonces nunca quiso vivir en otro lugar que no fuera ese. Allí parió a sus cuatro hijas: Analía, Deima, Gladys y Romina. Las crió a base de mucho trabajo y esfuerzo, sola, porque no tuvo el acompañamiento de los progenitores. Aunque con Gladys la historia fue distinta, ya que el padre ganó un pleito judicial que alejó a Tomasa de su hija en plena etapa pre-escolar. Se reencontraron después de más de 20 años.
En su casa tenían una chacra donde criaban vacas y gallinas, asimismo cultivaban lechuga, tomate, repollo, zanahoria y perejil; todo para el autoconsumo. Romina cuenta que también tenían un pequeño almacén donde vendían productos que traían de ciudades aledañas como Horqueta y Concepción.
Ñavendepa, jajedejá ha jaha ko’agui, porque ijetuuvema la situación”, le decía en guaraní Romina a su mamá. Lo cual significa: “Vendamos todo, dejémonos de esto y vamos de acá, porque está cada vez más difícil la situación”. Tomasa sentía arraigo por esta tierra y no quería salir del hogar que tanto le costó construir para su familia.
Romina quería irse de la comunidad porque estaba cansada de vivir con miedo a causa del hostigamiento, del acoso y las amenazas que recibía por parte de uno de sus vecinos, Eulalio Ríos Valiente (30 años). De hecho, sus hermanas Deima y Analía decidieron salir y mudarse definitivamente para alejarse del peligro.
Las violencias de este hombre empezaron cuando ella tenía apenas 16 años. Eulalio Ríos Valiente quería tener una relación con Romina, pero ella no quería nada con él. Siempre lo rechazó. Nunca fueron pareja ni amigos. Sólo eran vecinos de la misma comunidad.  “Me decía que a él, ninguna mujer le rechazaba”, recuerda sobre su actitud.
La Fiscalía de Paraguay informó que este hombre tenía reiteradas denuncias —que datan del 2011 en adelante— por coacción sexual a Romina y por amenazas de muerte a Tomasa. Durante estos nueve años, ambas se acercaron a la comisaría de Belén, la cual queda a cinco kilómetros de Lemo, para dejar un registro de los actos violentos que este cometía contra ellas.
Pe’a la ikuña voi (dejale nomás, esa luego es su mujer)”, solía escuchar Romina sobre los comentarios que hacían los policías, desestimando sus pedidos de ayuda frente al acoso. Pese a las causas que el hombre tenía en su contra, entre ellas una orden de detención, vivió impune. Hasta ahora.
El lunes 13 de abril, Tomasa Ferreira Sosa fue encontrada muerta a 2 mil metros de su vivienda en un campo comunal de Santa Librada. Su crimen fue declarado feminicidio un día después. El imputado, Eulalio Ríos Valiente, sigue prófugo.
Ese lunes, bajó sobre Concepción una lluvia torrencial. “Yo creo que fue bonanza”, comenta Romina. El sentido de esta frase, inspirada en la religión que le enseñó su madre, está enmarcado en una creencia religiosa que dice que cuando alguien muere y luego llueve, su alma se ha salvado. Es decir, que todos sus pecados le fueron perdonados y que no pasa por el purgatorio, por ende, ya descansa en los brazos de Dios.

Una mujer trabajadora y de fe

Tomasa era ama de casa. No había terminado sus estudios, porque en su familia eran ocho hermanos que compartían una misma realidad económica precaria. Ella no quería lo mismo para sus hijas, por lo que trabajó día y noche para que tuvieran una educación. Romina es docente. Antes de la pandemia, daba clases a los niños del quinto y sexto grado de la Escuela Prof. Hilda Natividad Quintana Alderete. Con la cuarentena, empezó a mandar las lecciones y las tareas a distancia.
Además de la docencia, Romina ayudaba a su mamá en las tareas del hogar. Era la única de las cuatro hermanas que convivía con Tomasa. Deima se mudó a la Argentina cuando cumplió los 18 años; Analía se instaló en Pedro Juan Caballero, una de las ciudades que limita con Brasil, y Gladys —luego del reencuentro— volvió para Asunción.
Todas la recuerdan como una mamá ejemplar y una mujer solidaria, sencilla y honesta. “Era muy católica. De ella aprendí a rezar el rosario. Siempre nos decía que le recemos a Dios, que seamos agradecidas por lo que tenemos y que no había que desearle el mal a nadie, sino más bien bendecir a quienes sí lo hacían con nosotras”, revela Analía.
“En su ser no había maldad”, dice Gladys que, aunque fue criada por su abuela paterna, conoció la esencia de su mamá. “Era una servidora de Dios y dedicó su vida al campo y a sus seres queridos”, escribió en una hoja de cuaderno antes de enviarla a través de WhatsApp.
A Deima, la hermana que vive en Argentina, le cuesta hablar en pasado sobre su mamá. La última vez que la vio en persona fue en el año 2015, cuando Tomasa se animó a viajar hasta ahí para visitar a sus nietos. “Vino una sola vez. No quería salir de su casa, no quería dejar sus cosas”, señala.
Deima dice que su mamá era una mujer de mucha fe. “Una vez el sacerdote le dijo a ella: ‘Sos como una hermana religiosa, podés casar a la gente si se te da el poder’. Y se ponía tan contenta”, cuenta.
Tomasa era madrugadora, se levantaba a las cinco de la mañana y quería que Romina continuara esa práctica. “Era lo que más me costaba”, dice ella, con una risa corta pero nostálgica. Preparaba el agua caliente para el mate y se sentaban juntas a tomarlo, mientras escuchaban la radio. Luego, rezaban el rosario. Le encantaba oír música de Emiliano R. Fernández, por eso los sábados sin falta sintonizaba la programación del docente e historiador Ramón Giménez Larrea, que habla sobre la vida de este poeta y músico paraguayo en Radio Regional.
Disfrutaba mucho de los cánticos de la Iglesia. Su canción favorita era “Más allá del Sol”. No la cantaba solamente en la misa, sino también cuando se ocupaba de las cosas de la casa. A Tomasa no la paraba ni el frío ni el calor extremo. Aún así hicieran 43°C, ella trabajaba por la huerta y los animales de la chacra. El único momento en el que descansaba era el almuerzo, pero después seguía sin parar hasta las siete de la tarde.
Romina la describe como una mamá antigua, es decir que era tradicional en sus costumbres. Era directa para marcar los errores y estricta con el trabajo. Para ella, toda tarea, por más pequeña que sea, había que hacerla pensando que era para Dios. Cocinaba en ollas de hierro y siempre a leña. “No le gustaba la cocinita porque decía que el sabor de la comida era artificial”, comenta Romina.
“La campaña” —nombre que en Paraguay se le da a los sitios que están alejados de la vida urbana y moderna— era su lugar en el mundo. Estando allí, en el campo, el tiempo no parecía pasar para ella. Y es que no le agradaban los teléfonos ni las fotos, tampoco usaba aros o anillos, e incluso mantenía viva una técnica que se fue perdiendo con los años: escribía a mano y en cursiva.

Más allá del Sol

Romina tiene una hija de tres años llamada Sara, que también vivía con ellas en la casa, ya que el padre se borró del mapa cuando se enteró que venía en camino. Asimismo, bajo el mismo techo, compartían sus días con una prima que tiene una discapacidad en el habla y a quien le afectó mucho la partida de Tomasa.
En plena cuarentena, días antes de su partida, Tomasa habló con Sara por videollamada. Desde enero que su nieta se quedaba en casa de su tía Analía, en Pedro Juan. “Por primera vez vi llorar a mi mamá”, cuenta Romina, que la vio apartarse hacia un rincón de la casa. “Me pedía que le traiga a mi hija, pero yo le decía que no se podía porque estaba todo cerrado”, añade. Esa fue la última vez que habló con la pequeña.
Tomasa eligió los tres nombres de su hija, Romina María Alcira, y los de su nieta, Sara Esther. “Ella decidía todo. Abría su biblia, buscaba y cuando encontraba decía: ‘Este nombre le va a venir bien’”, cuenta.
Después de lo que pasó con su mamá, Romina se fue de Lemo. Provisoriamente, está en una “casa prestada” -así la llama-, que pertenece a su madrina. Ahora está sin trabajo, pero se mantiene con el dinero que obtuvo de la venta de las vacas de la chacra. No va a volver a la comunidad. Piensa que, quizás, más adelante, alguien de la familia querrá vivir en esa casa. Tiene un terreno en Belén, donde ahora sólo hay plantas que debe regar diariamente por culpa de la sequía. Allí, quiere hacer una nueva vida, empezar desde cero, algún día.
Después de esta entrevista, ya no quiere hablar de su pasado. Pero accedió a ella porque quiere que se haga justicia, que el caso “no termine de balde”. “Por más que tengo la contención de mi familia, me siento sola. Hoy sigo en mi pie por mi hija y por la fuerza que me da la oración”, expresa.
Romina no dejó de rezar nunca, ni en el momento más doloroso de su vida. “Hay días en los que me siento bien y tengo todas las fuerzas del mundo, pero hay otros en los que estoy por el suelo, nada me sale y siento que no voy a poder. Entonces, rezo y le pido a Dios que me dé fuerzas a través de las palabras de alguien, y siempre recibo la respuesta”, declara.
Y confiesa: “Después de la muerte de mi mamá, yo también me quise morir. Ella era todo para mí”.
***
—Mamá, mamá, mamá…—Romina no dejó de repetir eso en el recorrido por los 2 mil metros que separaban su casa del lugar donde hallaron muerta a Tomasa. Ella estaba en la casa, preparando las lecciones que tenía que enviar a sus alumnos, cuando a las 9:15 horas recibió la noticia por teléfono.
Corrió durante media hora. Y no dejó de repetir durante todo el camino: “Mamá, mamá, mamá…”.
Ese lunes bajó sobre Concepción una lluvia torrencial.
Romina cree que fue bonanza. Su mamá lo fue en su vida, pese a las adversidades que tuvieron que atravesar juntas.
Le contaron que el hombre imputado por el feminicidio anda libre por Concepción y que lo vieron por última vez haciendo compras por Horqueta, una de las ciudades aledañas a Belén.
Romina ya no hablará de su pasado, según dice en entrevista, pero la Fiscalía de Paraguay deberá resolverlo.
“Mi mamá era una mujer sabia, una guerrera, a la que no le importaban las cosas materiales. Nuestra casa era humilde. Para ella no hacía falta tener una casa linda acá en la tierra, porque decía que uno tiene que procurar tener una casa en el cielo. Y eso es lo que a mí me consuela ahora”, asegura Romina, con los ojos llorosos.
Hoy, así como está escrito en el título de su canción religiosa favorita, Tomasa tiene un hogar “Más allá del Sol”. Y allí sí podrá quedarse.
Este texto forma parte de la Fase 2 de “Violentadas en cuarentena”, una investigación colaborativa de Distintas Latitudes que visibiliza la violencia contra las mujeres por razones de género durante la cuarentena por la covid-19 en América Latina y el Caribe. Para leer el resto de los perfiles ingresar a https://violentadasencuarentena.distintaslatitudes.net/#perfiles.
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