Isabel ansía que termine diciembre, es la primera vez que pasará las fiestas sin su mamá, la perdió a mitad de año. A Raúl le sucede algo parecido, tendrá que pasar Nochebuena lejos de su casa, de sus seres queridos; obtuvo un puesto de trabajo en España y volver no es una opción, ni siquiera para estas fechas festivas.
José recuerda el día en que terminó su relación con Paula y analiza el “qué hubiera pasado si...”; mientras, ella se carga con un montón de actividades que terminan estresándola antes que ayudándola a olvidar. Por otro lado, Ana lamenta no haber conseguido un empleo con el que pueda pagar sus estudios.
La Navidad a la que estamos acostumbrados (porque nos acostumbraron así a ella), mucha veces, dista de la realidad. A lo que nos referimos es que tradicionalmente esta fecha “feliz” no resulta como tal para todo el mundo, y un ejemplo claro de ello son Isabel, Raúl, José, Paula y Ana.
Comprar regalos, preparar la cena, vestirse acorde a los colores de la fecha y saludar a tus parientes y amigos pareciera ser una felicidad forzada; una presión a la que no todos quieren adherirse. Y con esto no queremos desmeritar el valor de la Navidad, sino simplemente mostrar cuál es el lado B que no se cuenta.
La psicóloga Josefa Brítez asegura que “un 72% de la población mundial vive en depresión o en estado de amargura neurótico y esto se debe a que nos dejamos avasallar por el consumismo, lo cual hace que tomemos posturas negativas e, incluso, poco saludables”.
“La publicidad engañosa puede ser otro de los factores que influyen en el estado de ánimo. El bombardeo de anuncios que reflejan familias felices y colmadas de regalos, invita a reflexionar sobre nuestra propia situación personal, económica o de cualquier otra índole”, refiere un artículo en el sitio abc.es.

La felicidad en Navidad

La felicidad debería ser el resultado de lo que sentimos, pensamos y hacemos, y no una euforia del momento o una alegría condicionada por otros. Ya lo decía en una entrevista el psiquiatra y dramaturgo argentino José Eduardo Abadi: “La fiesta está para ser vivida desde la autenticidad con uno mismo”.
Y ser auténtico también es comprender que, pese a que me encuentre en un cierre de ciclo, no debo autoexigirme un balance del año y, mucho menos, proyectar a futuro, si es que no siento que sea el momento de hacerlo.
Ser auténtico con uno mismo es poder vivir con libertad las emociones y a su debido tiempo; no estar obligados a cumplir expectativas que nos imponen o a celebrar fechas especiales en lugares donde no nos sentimos a gusto.
Si la angustia o la tristeza viene por la pérdida de un ser querido, es común que uno se encierre alrededor de cuatro paredes. Pero esto, muchas veces, hace que nos estanquemos más de lo normal. Quizás la idea de distracción no signifique necesariamente salir de la casa, en cambio sí la de refugiarse en el amor de los amigos y familiares más cercanos; recordar los momentos buenos que dejó ese familiar que ya no está.
Algo similar sucede con las personas que se sienten solas, que están lejos de su hogar y no pueden evitar esta situación. Los enfermos en los hospitales, los niños en los hogares y los ancianos en los asilos necesitan compañía en fechas especiales como esta, visitarlos o donarles cosas que necesitan es un gran acto de amor y una forma de no sentirse tan solo.
Lo cierto es que no siempre podemos estar felices o, por decirlo de otra forma, en sintonía con el otro. La verdadera felicidad se encuentra en una justa proporción de lo que somos, hacemos y aspiramos. Y para ello, no hay fechas específicas.
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